ࡱ> q` HbjbjqPqP 4::H.>.>.>.> :>J>>>>>>>>XJZJZJZJZJZJZJ$Kh9N~J>>>>>~J>>JIII>>>XJI>XJIII>> 'X.>?$ IXJJ0JINI NINI>>I>>>>>~J~JI >>>J>>>>9== Historia de un muerto contada por l mismo Alejandro Dumas Una noche de diciembre nos hallbamos reunidos tres amigos en el taller de un pintor. Hacia un tiempo sombro y fro, y la lluvia golpeaba los cristales con un ruido continuo y montono. El taller era inmenso y estaba dbilmente iluminado por la luz de una estufa en torno a la que conversbamos. Aunque todos furamos jvenes y alegres, la conversacin haba tomado, a pesar nuestro, un aire de aquella noche triste, y las palabras alegres se haban agotado rpidamente. Uno de nosotros reanimaba constantemente la hermosa llama azul de un ponche que arrojaba sobre todos los objetos circundantes una claridad fantstica. Los grandes bosquejos, los cristos, las bacantes, las madonas, parecan moverse y danzar sobre las paredes, como grandes cadveres fundidos en el mismo tono verdoso. Aquel vasto saln, resplandeciente de da por las creaciones del pintor, lleno de sus sueos, haba tomado aquella noche en la penumbra, un carcter extrao. Cada vez que la cucharilla de plata volva a caer en el tazn lleno de licor encendido, los objetos se reflejaban sobre los muros con formas desconocidas y con tintes inauditos; desde los viejos profetas de barba blanca hasta esas caricaturas que cubren las paredes de los talleres, y que parecen un ejrcito de demonios como los que aparecen en sueos, o como los que dibujaba Goya. Adems, la calma brumosa y fra del exterior aumentaba lo fantstico del interior; cada vez que mirbamos aquella claridad por un instante, nos veamos a nosotros mismos con rostros de un gris verdoso, con los ojos fijos y brillantes como carbunclos, los labios plidos y las mejillas sumidas. Quiz lo ms impresionante era una mscara de yeso, moldeada sobre el rostro de uno de nuestros amigos, muerto haca algn tiempo, mscara que, colgada cerca de la ventana, reciba en su perfil el reflejo del ponche, lo que le daba una fisonoma extraamente burlona. Todo el mundo ha sufrido como nosotros la influencia de salones vastos y tenebrosos, como los describe Hoffmann o como los pinta Rembrandt; todo el mundo ha experimentado, al menos una vez, esos miedos sin causa, esas fiebres espontneas a la vista de objetos a los que el rayo plido de la luna o la luz dudosa de una lmpara otorgan una forma misteriosa; todo el mundo se ha encontrado en una habitacin grande y sombra, junto a un amigo, escuchando algn cuento inverosmil y experimentado ese terror secreto que se puede hacer cesar de golpe encendiendo una lmpara o hablando de otra cosa, lo que evitamos hacer, porque es muy grande la necesidad de emociones, verdaderas o falsas, que tiene nuestro pobre corazn. En fin, aquella noche, ramos tres. La conversacin, que nunca toma la lnea recta para llegar a su meta, haba seguido todas las fases de nuestras ideas veinteaeras: unas veces ligera como el humo de nuestros cigarrillos, otras vivaz como la llama del ponche, otras sombra como la sonrisa de aquella mscara de yeso. Habamos llegado a un punto en el que no hablbamos siquiera; los puros, que seguan el movimiento de las cabezas y de las manos, brillaban como tres aureolas girando en la sombra. Era evidente que el primero que abriera la boca y que turbara el silencio, aunque fuera para una broma, causara inquietud a los otros dos: hasta tal punto estbamos sumidos, cada uno por nuestro lado, en una ensoacin miedosa. Henri dijo el que vigilaba el ponche, dirigindose al pintor, has ledo a Hoffman? Por supuesto! respondi Henri. Y, qu piensas de l? Pienso que es admirable, y tanto ms cuanto que crea evidentemente en lo que escriba. Por lo que a m respecta, slo s que cuando lo lea por la noche, me iba a la cama frecuentemente sin cerrar mi libro y sin atreverme a mirar detrs de m. O sea, que te gusta lo fantstico? Mucho. Y a ti? pregunto dirigindose a m. Tambin. Pues bien, voy a contaros una historia fantstica que me ocurri. Esto no poda acabar de otro modo; cuenta. Es una historia que te ocurri a ti mismo? pregunt. A m mismo. Pues cuenta, hoy estoy dispuesto a creer todo. Tanto ms cuanto que, palabra de honor, puedo afirmar que soy el hroe. Bueno, adelante, te escuchamos. Dej caer la cucharilla en el tazn. La llama se apag poco a poco, y permanecimos en una oscuridad casi completa, con solo las piernas iluminadas por el fuego de la estufa. El comenz: Una noche, har aproximadamente un ao, haca el mismo tiempo que hoy, el mismo fro, la misma lluvia, la misma tristeza. Yo tena muchos enfermos, y despus de haber hecho mi ltima visita, en lugar de ir un instante a Les Italiens, como tena por costumbre, me hice llevar a mi casa. Viva en una de las calles ms desiertas del barrio SaintGermain. Estaba muy cansado y me acost pronto. Apagu la lmpara, y durante algn tiempo me entretuve mirando el fuego, que arda y haca danzar grandes sombras sobre la cortina de mi cama; finalmente, mis ojos se cerraron y me dorm. Haca aproximadamente una hora que dorma cuando sent una mano que me sacuda vigorosamente. Me despert sobresaltado, como quien espera dormir mucho tiempo, y observ con asombro al visitante nocturno. Era mi criado. Seor me dijo, levntese inmediatamente, le buscan para que visite a una joven que se muere. Y dnde vive esa joven? le pregunt. Casi enfrente; adems, ah est la persona que ha venido por vos para acompaarle. Me levant y me vest apresuradamente, pensando que la hora y la circunstancia haran perdonar mi vestimenta; cog mi lanceta y segu al hombre que me haban enviado. Llova a cntaros. Afortunadamente no tuve ms que atravesar la calle y al instante estuve en casa de la persona que reclamaba mis cuidados. Viva en un palacete vasto y aristocrtico. Cruc un gran patio, sub los peldaos de una escalinata, pas por un vestbulo donde se hallaban unos criados aguardndome: me hicieron subir un piso y pronto me encontr en la habitacin de la enferma. Era una gran habitacin con viejos muebles de madera negra esculpida. Una mujer me introdujo en aquella habitacin a la que nadie nos sigui. Fui dirigido hacia una gran cama de columnas tapizada con una antigua y rica tela de seda y vi, sobre la almohada, la ms encantadora cabeza de madona que jams haya soado Rafael. Tena unos cabellos dorados como una ola del Pactolo, enmarcando un rostro de un perfil anglico; tena los ojos semicerrados y la boca entreabierta dejaba ver una doble hilera de perlas. Su cuello resplandeca de blancura, puro de lneas; su camisa entreabierta insinuaba un pecho hermoso capaz de tentar a San Antonio y, cuando cog su mano, record esos brazos blancos que Homero da a Juno. En fin, aquella mujer era una mezcla del ngel cristiano y de la diosa pagana; todo en ella revelaba la pureza del alma y la fogosidad de los sentidos. Hubiera podido pasar al mismo tiempo por la santa Virgen o por una bacante lasciva, enloquecer a un sabio y dar la fe a un ateo. Cuando me acerqu a ella, sent a travs del calor de la fiebre ese perfume misterioso hecho de todos los perfumes que emana la mujer. Permanec sin recordar la causa que me haba llevado all, mirndola como una revelacin y sin encontrar nada semejante ni en mis recuerdos ni en mis sueos; cuando ella volvi la cabeza hacia m, abri sus grandes ojos azules y me dijo: Sufro mucho. Sin embargo, no tena casi nada. Una sangra y estaba salvada. Cog mi lanceta y en el momento de tocar aquel brazo tan blanco, mi mano tembl. Pero el mdico se impuso al hombre. Cuando hube abierto la vena, corri una sangre pura como de coral en fusin, y ella se desvaneci. Ya no quise dejarla. Me qued a su lado. Experimentaba una secreta felicidad por tener la vida de aquella mujer entre mis manos; detuve la sangre, ella volvi a abrir poco a poco los ojos, se llev la mano que tena libre a su pecho, se volvi hacia m, y mirndome con una de esas miradas que condenan o salvan me dijo: Gracias, sufro menos. Haba tanta voluptuosidad, tanto amor y tanta pasin alrededor de ella que yo estaba clavado en mi sitio, contando cada latido de mi corazn por los latidos del suyo, escuchando su respiracin todava un poco febril, y dicindome que si haba alguna cosa del cielo en esta tierra, deba ser el amor de aquella mujer. Se durmi. Yo estaba arrodillado sobre los peldaos de su cama, como un sacerdote en el altar. Una lmpara de alabastro colgada del techo lanzaba una claridad encantadora sobre todos los objetos. Estaba solo a su lado. La mujer que me haba introducido haba salido para anunciar que su ama estaba bien y que no se necesitaba a nadie. Era verdad, su ama estaba all, tranquila y hermosa como un ngel dormido en su plegaria. En cuanto a m, yo estaba loco... Pero no poda quedarme en aquella habitacin toda la noche. Por tanto, sal tambin sin hacer ruido para no despertarla. Recet algunos cuidados al irme, y dije que volvera al da siguiente. Cuando regres a mi casa, estuve desvelado por su recuerdo. Comprend que el amor de aquella mujer deba ser un encantamiento eterno hecho de ensoacin y de pasin; que deba ser pdica como una santa y apasionada como una cortesana; conceb que deba ocultar al mundo todos los tesoros de su belleza, y que a su amante deba entregarse desnuda por entero. En fin, su imagen quem mi noche, y cuando lleg la claridad yo estaba locamente enamorado. Ms tarde, tras los pensamientos locos de una noche agitada llegaron las reflexiones: me dije que un abismo infranqueable me separaba de aquella mujer, que era demasiado bella para no tener un amante; que deba ser demasiado amado para que ella le olvidase, y me puse a odiar sin conocer a aquel hombre, a quien Dios daba tanta felicidad en este mundo, para que pudiera sufrir, sin protestar, una eternidad de dolores. Esperaba impaciente la hora a la que poda presentarme en su casa, y el tiempo que pas esperndola me pareci un siglo. Finalmente lleg la hora, y sal. Cuando llegu, me hicieron entrar en un gabinete exquisito, de un rococ furioso, de un pompadur sorprendente; estaba sola y lea: un gran vestido de terciopelo negro la cea por todas partes, no dejando ver, como en las vrgenes del Perugino, ms que las manos y la cabeza. Tena el brazo que yo haba sangrado, coquetamente en cabestrillo y extenda ante el fuego sus pequeos pies, que no parecan hechos para caminar sobre esta tierra. Esa mujer era tan completamente bella que Dios pareca haberla dado al mundo como un esbozo de los ngeles. Me tendi la mano y me hizo sentar a su lado. Tan pronto levantada, seora? le dije, sois imprudente. No, soy fuerte me contest sonriendo, he dormido muy bien, y adems no estaba enferma. Sin embargo, decais que sufrais. Ms del pensamiento que del cuerpo dijo con un suspiro. Tenis alguna pena, seora? Oh, una profunda. Afortunadamente Dios tambin es mdico, y ha encontrado la panacea universal, el olvido. Pero hay dolores que matan le dije. Y bien, la muerte o el olvido, no es lo mismo? La una es la tumba del cuerpo, la otra la tumba del corazn, eso es todo. Pero vos, seora dije, cmo podis tener una pena? Estis demasiado alta para que os alcance, y los dolores deben sentirse bajo vuestros pies como las nubes bajo los pies de Dios; las tormentas para nosotros, para vos la serenidad. Eso es lo que os engaa continu ella, y lo que prueba que toda vuestra ciencia se detiene ah, en el corazn. Y bien le dije, tratad de olvidar, seora. Dios permite a veces que una alegra suceda a un dolor, que la sonrisa suceda a las lgrimas, cierto; y cuando el corazn de aquel que prueba est demasiado vaco para llenarse solo, cuando la herida es demasiado profunda para cerrar sin ayuda, enva al camino de aquella a la que quiere consolar otra alma que la comprende; porque sabe que se sufre menos sufriendo a do; y llega un momento en que el corazn vaco se llena de nuevo o la herida cicatriza. Y cul es el dictamen, doctor me dijo ella, con qu curaras semejante herida? Se hizo un silencio bastante largo durante el cual admir aquel rostro divino, sobre el que la media luz filtrada a travs de las cortinas de seda arrojaba tintes encantadores, y admir tambin aquellos hermosos cabellos de oro, no sueltos como en la vspera, sino alisados sobre las sienes y cogidos en la nuca. Desde el principio, la conversacin haba adoptado un aire triste; por eso aquella mujer me pareci ms radiante an que la primera vez, con su triple corona de belleza, pasin y dolor. Dios la haba probado con el dolor y era preciso que aquel a quien ella diera su alma aceptara la misin, doblemente santa, de hacerle olvidar el pasado y esperar el futuro. Por eso permanec ante ella, no ya loco como lo estaba la vspera ante su fiebre, sino recogido ante su resignacin. Si me hubiera sido dada en aquel momento, habra cado a sus pies, le habra cogido las manos, y hubiera llorado con ella como con una hermana, respetando al ngel y consolando a la mujer. Pero cul era aquel dolor que haba que hacer olvidar, que haba causado aquella herida sangrante todava? Era lo que yo ignoraba, lo que deba adivinar, porque ya exista entre la enferma y el mdico suficiente intimidad para que me confesase una pena, pero no la suficiente para que me contara la causa. Nada a su alrededor poda ponerme sobre la pista: la vspera, nadie haba ido a su cabecera para inquietarse por ella; al da siguiente, nadie se presentaba para verla. Aquel dolor deba estar, pues, en el pasado, y reflejarse slo en el presente. Doctor me dijo de pronto saliendo de su ensoacin, podr bailar pronto? S, seora le dije yo, asombrado por aquella transformacin. Es que tengo que dar un baile hace mucho tiempo programado continu ella; vendris, verdad? Debis tener una opinin malsima de mi dolor que, hacindome soar de da, no me impide bailar de noche. Es que veris, es uno de esos pesares que hay que empujar al fondo del corazn para que el mundo no sepa nada; una de esas torturas que debemos enmascarar con una sonrisa, para que nadie las adivine: quiero guardar para m sola lo que sufro, como otro guardara su alegra. Este mundo, que tiene envidia y celos al verme bella, me cree feliz, y es una conviccin que no quiero quitarle. Por eso bailo, con riesgo de llorar al da siguiente, pero de llorar sola. Me tendi la mano con una mirada indefinible de candor y de tristeza, y me dijo: Hasta pronto, verdad? Yo llev su mano a mis labios, y sal. Llegu a mi casa atontado. Desde mi ventana vea las suyas; y me qued todo el da mirndolas, oscuras y silenciosas. Me olvidaba de todo por aquella mujer; no dorma, no coma; por la noche tena fiebre, al da siguiente por la maana, delirio, y a la noche siguiente estaba muerto. Muerto! exclamamos nosotros. Muerto contest nuestro amigo con un acento de conviccin imposible de transcribir, muerto como Fabien cuya mscara est ah. Contina le dije. La lluvia golpeaba contra los cristales. Volvimos a echar lea en la estufa, cuya llama roja y viva disminua un poco la oscuridad que invada el taller. El continu: A partir de ese momento, slo experiment una conmocin fra. Fue, sin duda, el momento en que me arrojaron en la fosa. Ignoro desde haca cunto tiempo estaba sepultado, cuando o confusamente una voz que me llamaba por mi nombre. Me estremec de fro sin poder responder. Algunos instantes despus, la voz volvi a llamarme; hice un esfuerzo para hablar pero al moverse mis labios sintieron el sudario que me cubra de la cabeza a los pies. A pesar de ello consegu articular dbilmente estas palabras: Quin me llama? Yo respondi. Quin eres t? Yo. Y la voz iba debilitndose como si se hubiera perdido en el cierzo, o como si no hubiera sido ms que un ruido pasajero de las hojas. Por tercera vez todava mi nombre lleg a mis odos, pero esta vez el nombre pareci correr de rama en rama, de tal modo que el cementerio entero lo repiti sordamente, y o un ruido de alas, como si mi nombre, pronunciado de pronto en el silencio, hubiera hecho volar una bandada de pjaros nocturnos. Mis manos se elevaron hasta mi rostro como movidas por resortes misteriosos. Apart silenciosamente el sudario que me cubra, y trat de ver. Me pareci que despertaba de un largo sueo. Senta fro. Siempre recordar el espanto sombro de que estaba rodeado. Los rboles no tenan hojas y sus ramas descarnadas se retorcan dolorosamente como grandes esqueletos. Un dbil rayo de luna, que penetraba a travs de las nubes negras, iluminaba un horizonte de tumbas blancas que parecan una escalera hacia el cielo. Todas aquellas voces indefinidas de la noche que presidan mi despertar parecan cargadas de misterio y terror. Volv la cabeza y busqu a quien me haba llamado. Estaba sentado junto a mi tumba, espiando todos mis movimientos, la cabeza apoyada en las manos y una sonrisa extraa bajo su mirada horrible. Tuve miedo. Quin sois? le dije reuniendo todas mis fuerzas, por qu despertarme? Para prestarte un servicio me respondi. Dnde estoy? En el cementerio. Quin sois? Un amigo. Dejadme en mi sueo. Escucha me dijo, te acuerdas de la tierra? No. No echas de menos nada? No. Cunto hace que duermes? Lo ignoro. Yo te lo dir. Ests muerto desde hace dos das, y tu ltima palabra ha sido el nombre de una mujer en lugar de ser el del Seor. Hasta el punto de que tu cuerpo sera de Satn, si Satn quisiera cogerlo. Comprendes? S. Quieres vivir? Sois Satn? Satn o no, quieres vivir? Nada ms que vivir? No, volvers a verla. Cundo? Esta noche. Dnde? En su casa. Acepto dije yo tratando de levantarme. Tus condiciones? No te las pongo me respondi Satn; crees acaso que de cuando en cuando no soy capaz de hacer el bien? Esta noche ella da un baile y te llevo a l. Vayamos, pues. Vayamos. Satn me tendi la mano, y me encontr de pie. Describir lo que experiment sera cosa imposible. Senta que un fro terrible helaba mis miembros, es todo cuanto puedo decir. Ahora continu Satn, sgueme. Comprende que no te haga salir por la puerta principal, el portero no te dejara pasar, querido; una vez aqu, no se sale. Sgueme, pues: vamos primero a tu casa, donde te vestirs; porque no puedes ir al baile con el traje que llevas, tanto ms cuanto que no es un baile de disfraces; pero envulvete bien en tu sudario, porque la noche es fra y podras enfermar. Satn se ech a rer como re Satn, y yo segu caminando tras l. Estoy seguro continu de que pese al servicio que te hago, no me amas todava. As estis hechos los hombres, ingratos con vuestros amigos. No es que censure la ingratitud: es un vicio que yo invent, y es uno de los ms difundidos; pero me gustara verte menos triste. Es la nica gratitud que te pido. Yo le segua, blanco y fro como una estatua de mrmol que un resorte oculto hace moverse; slo que en los momentos de silencio habra podido orse a mis dientes chocar bajo un estremecimiento glacial y a los huesos de mis miembros crujir a cada paso. Llegaremos pronto? dije con esfuerzo. Impaciente! dijo Satn. Es muy hermosa? Como un ngel. Ay, querido continu riendo, hay que confesar que adoleces de delicadeza en tus palabras; acabas de hablarme de ngel, a m, que lo he sido; tanto ms cuanto que ningn ngel hara por ti lo que yo hago hoy. Pero te perdono; hay que perdonarle algo a un hombre muerto hace dos das. Adems, como te deca, esta noche estoy muy alegre; hoy han ocurrido en el mundo cosas que me encantan. Crea que a los hombres degenerados algo los haba vuelto virtuosos desde hace algn tiempo, pero no: son siempre los mismos, tal como los cre. Y bien, querido, rara vez he visto jornadas como sta; he cosechado, desde ayer, seiscientos veintids suicidas slo en Europa, y entre ellos hay ms jvenes que viejos, lo cual es una prdida, porque mueren sin hijos; dos mil doscientos cuarenta y tres asesinatos, siempre slo en Europa; en las dems partes del mundo, ni llevo la cuenta: con ellas me pasa lo que a los mayores capitalistas, no puedo enumerar mi fortuna. Dos millones seiscientos veintitrs mil novecientos setenta y cinco nuevos adulterios; eso es menos sorprendente debido a los bailes; doscientos jueces que se han vendido; ordinariamente tena ms. Pero lo que mayor placer me ha dado son veintisiete muchachas, la mayor de las cuales no tena dieciocho aos, que han muerto blasfemando de Dios. Cuenta, querido, todo eso es un ingreso aproximado de dos millones seiscientas veintiocho mil almas slo en Europa. No cuento los incestos, las falsificaciones de moneda, las violaciones: pura calderilla. Por eso, haciendo una media de tres millones de almas que se pierden al da, calcula en cunto tiempo el mundo entero ser mo. Me ver obligado a comprarle a Dios el paraso para agrandar el infierno. Comprendo tu alegra murmur yo acelerando el paso. Me dices eso continu Satn con aire sombro y de duda; tienes miedo de m porque me ves cara a cara? Soy tan repulsivo? Razonemos un poco, por favor: que sera del mundo sin m? Un mundo que tuviera sentimientos procedentes del cielo, y no pasiones procedentes de m? El mundo morira de spleen, querido. Quin ha inventado el oro? Yo. El juego? Yo El amor? Yo. Los negocios? Tambin yo. Y no comprendo a los hombres que parecen odiarme tanto. Vuestros poetas, por ejemplo, que hablan de amor puro, no comprenden que al mostrar el amor que salva, inspiran la pasin que pierde; porque gracias a m, lo que siempre buscis no es una mujer como la Virgen, sino una pecadora como Eva. Y t mismo, en este momento, t que todava tienes el fro de un cadver y la palidez de un muerto, no es un amor puro lo que vas a buscar junto a aquella a la que te llevo, si no una noche de voluptuosidad. Ves, pues, que el mal sobrevive a la muerte, y que si el hombre tuviera que escoger, preferira la eternidad de la pasin a la dicha, y la prueba es que, por algunos aos de pasin sobre la tierra, pierde la eternidad de la dicha en el cielo. Llegaremos pronto? dije yo; porque el horizonte iba renovndose siempre, y caminbamos sin avanzar. Siempre impaciente replic Satn, aun cuando trato de abreviar la ruta cuanto puedo. Comprende que no puedo pasar por la puerta, hay una gran cruz y sta es mi aduana. Cuando viajo y me tropiezo con ella, me detendra, me vera obligado a santiguarme; y puedo cometer un crimen, pero no un sacrilegio; y adems, como ya te he dicho, no te dejaran pasar. Crees que se muere, que os entierran, y que un buen da se puede marchar uno sin decir nada? Te equivocas, querido; sin m habras tenido que esperar a la resurreccin eterna, cosa que habra sido larga. Sgueme, y estate tranquilo, llegaremos. Te he prometido un baile y lo tendrs: yo cumplo mis promesas, y mi firma es conocida. Haba en esa irona de mi siniestro compaero un fatalismo que me helaba; todo cuanto acabo de deciros, creo orlo todava. Caminamos algn tiempo an, luego llegamos a un muro ante el que estaban amontonadas tumbas formando escalera. Satn puso el pie en la primera, y, contra su costumbre, camin sobre las piedras sagradas hasta que estuvo en la cima de la muralla. Yo vacil en seguir el mismo camino, tena miedo. Me tendi la mano dicindome: No hay peligro; puedes poner el pie encima, son conocidos. Cuando estuve a su lado me dijo: Quieres que te haga ver lo que sucede en Pars? No, sigamos. Saltamos del muro a tierra. La luna, bajo la mirada de Satn, se haba velado como una joven bajo una mirada descarada. La noche estaba fra, todas las puertas se hallaban cerradas, todas las ventanas oscuras, todas las calles silenciosas; se hubiera dicho que nadie haba hollado haca mucho tiempo el suelo sobre el que caminbamos; todo a nuestro alrededor tena un aspecto fantasmal. Se poda creer que, cuando el da llegase, nadie abrira las puertas, ninguna cabeza se asomara a las ventanas, y nadie turbara el silencio: crea caminar por una ciudad muerta haca siglos y reencontrada en unas excavaciones; en fin, la ciudad pareca estar despoblada en provecho del cementerio. Caminbamos sin or un ruido, sin encontrar una sombra; la caminata fue larga a travs de aquella ciudad espantosa de silencio y de reposo; finalmente llegamos a nuestra casa. La reconoces? me dijo Satn. S respond sordamente, entremos. Espera, tengo que abrir. Tambin fui yo el que invent el robo: tengo una segunda llave de todas las puertas, excepto la de paraso, por supuesto. Entramos. La calma exterior continuaba en el interior; era horrible. Yo crea soar, no respiraba ya. Imaginaros volviendo a entrar en vuestra habitacin donde habis muerto hace dos das, encontrando todas las cosas tal como estaban durante vuestra enfermedad, con el sello de ese aire sombro que da la muerte; volviendo a ver los objetos ordenados, como si ya no tuvieran que ser tocados por vosotros. La nica cosa animada que haba visto desde mi salida del cementerio fue mi gran pndulo, a cuyo lado haba un ser humano muerto, y continuaba contando las horas de mi eternidad como haba contado las de mi vida. Fui a la chimenea, encend una buja para cerciorarme de la verdad, porque todo cuanto me rodeaba se me apareca a travs de una claridad plida y fantstica que me daba, por as decir, una visin interior. Todo era real; aquella era mi habitacin; vi el retrato de mi madre, sonrindome como siempre; abr los libros que lea algunos das antes de mi muerte; solamente la cama no tena ropa, y haba sellos en todas partes. En cuanto a Satn, se haba sentado al fondo, y lea atentamente la Vida de los Santos. En aquel momento pas ante un gran espejo y me vi en mi extrao atuendo, cubierto de un plido sudario con los ojos apagados. Dud de aquella vida que me devolva un poder desconocido, y me llev la mano al corazn. Mi corazn no lata. Me llev la mano a la frente, y mi frente estaba fra como el pecho, el pulso mudo como el corazn; reconoca todo lo que haba abandonado; as pues, slo el pensamiento y los ojos vivan en m. Lo horrible adems era que no poda apartar mi mirada de aquel espejo que me devolva mi imagen sombra, helada y muerta. Cada movimiento de mis labios se reflejaba como la horrible sonrisa de un cadver. No poda moverme del sitio; no poda gritar. El reloj dej or ese zumbido sordo y lgubre que precede al campaneo de los viejos pndulos, y dio las dos; luego todo recuper la calma. Algunos instantes despus, una iglesia vecina son a su turno, luego otra, luego otra ms. En un rincn del espejo vea a Satn que se haba dormido sobre la Vida de los Santos. Consegu volverme. Haba un espejo frente a aquel en el que miraba, de modo que me vea repetido millares de veces con esa claridad plida que da una sola buja en una vasta sala. El miedo haba llegado a su colmo: lanc un grito. Satn se despert. He aqu, sin embargo me dijo mostrndome el libro, con qu se quiere dar virtud a los hombres. Es tan aburrido que me he dormido, yo que velo desde hace seis mil aos. Todava no ests preparado? S repliqu maquinalmente, ya estoy. Date prisa contest Satn, rompe los sellos, coge tus ropas, y oro sobre todo, mucho oro; deja tus cajones abiertos, y maana la justicia encontrar el modo de condenar a algn pobre diablo por rotura de sellos; ser mi pequea ganancia. Me vest. De vez en cuando me tocaba la frente y el pecho: los dos estaban fros. Cuando estuve preparado, mir a Satn. Vamos a verla? le dije. Dentro de cinco minutos. Y maana? Maana me dijo recuperars tu vida ordinaria; yo no hago las cosas a medias. Sin condiciones? Sin condiciones. Salgamos le dije. Sgueme. Bajamos. Al cabo de unos instantes estbamos en la casa a la que me haban llamado cuatro das antes. Subimos. Reconoc la escalinata, el vestbulo, la antecmara. Los accesos al saln estaban llenos de gente. Era una fiesta deslumbrante de luces, de flores, de pedreras y de mujeres. Estaban bailando. A la vista de aquella alegra, cre en mi resurreccin. Me inclin al odo de Satn, que no me haba abandonado. Dnde est ella? le dije. En su tocador. Esper a que la contradanza hubiera terminado. Cruc el saln: los espejos con luces de velas reflejaron mi imagen plida y sombra. Volv a ver aquella sonrisa que me haba helado; pero all ya no haba soledad, estaba la gente; no era el cementerio, era un baile; no era la tumba, era el amor. Me dej embriagar y olvid por un instante de dnde vena sin pensar en otra cosa que en aquello por lo que haba ido. Llegado a la puerta del gabinete, la vi; se vea ms bella y encantadora que nunca. Me detuve un instante como en xtasis; iba ceida por un vestido de blancura resplandeciente, con los hombros y los brazos desnudos. Volv a ver, ms con la imaginacin que en realidad, un pequeo punto rojo en el lugar que yo haba sangrado. Cuando apareci, estaba rodeada de jvenes a los que apenas escuchaba; alz indolentemente sus hermosos ojos llenos de voluptuosidad, me vio, pareci dudar al reconocerme, luego, poniendo una sonrisa encantadora, dej a todo el mundo y se acerc a m. Ya veis que soy fuerte me dijo. La orquesta se dej or. Y para probroslo continu cogindome del brazovamos a valsar juntos. Dijo algunas palabras a alguien que pasaba a su lado. Yo vi a Satn junto a m. Has cumplido tu promesa le dije, gracias; pero necesito esta mujer esta misma noche. La tendrs me dijo Satn, pero lmpiate el rostro, tienes un gusano en la mejilla. Y desapareci dejndome todava ms helado que antes. Como para volver a la vida apret el brazo de aquella a la que iba a buscar desde el fondo de la tumba, y la arrastr al saln. Era uno de esos valses embriagadores en los que todo cuanto nos rodea desaparece, en los que no se vive ms que uno para otro, en los que las manos se encadenan, en los que los cuerpos se confunden y los pechos se tocan. Yo valsaba con los ojos clavados en sus ojos, y su mirada, que me sonrea eternamente, pareca decirme: "Si supieras los tesoros de amor y de pasin que dar a mi amante! Si supieras cunta voluptuosidad hay en mis caricias, cunto fuego tienen mis besos! A quien ame, dar todas las bellezas de mi cuerpo, todos los pensamientos de mi alma, porque soy joven, porque soy amante, porque soy bella!" Y el vals nos arrastraba en un torbellino lascivo y veloz. Esto dur mucho tiempo. Cuando la msica ces, ramos los nicos que seguamos bailando. Ella cay en mis brazos, con el pecho oprimido, flexible como una serpiente, y alz sobre m sus grandes ojos que parecieron decirme: "Te amo!" La llev al gabinete, donde estbamos solos. Los salones iban quedando desiertos. Ella se dej caer sobre un divn, cerrando a medias los ojos bajo la fatiga, como bajo un abrazo de amor. Me inclin sobre ella, y le dije en voz baja: Si supierais cunto os amo! Lo s me dijo ella, y tambin yo os amo. Era para volverse loco. Dara mi vidadije por una hora de amor con vos, y mi alma por una noche. Escucha dijo ella abriendo una puerta oculta en la tapicera, dentro de un instante estaremos solos. Esprame. Ella me empuj suavemente, y me encontr solo en su dormitorio, todava alumbrado por la lmpara de alabastro. Todo tena all un perfume de misteriosa voluptuosidad imposible de describir. Me sent cerca del fuego, porque tena fro, me mir en el espejo, segua estando muy plido. O los coches que partan uno a uno; luego, cuando el ltimo hubo desaparecido, se hizo un silencio solemne. Poco a poco mis terrores regresaron; no me atreva a volverme, tena fro. Me sorprenda que ella no viniese; contaba los minutos y no oa ningn ruido. Tena los codos sobre las rodillas y la cabeza entre mis manos. Entonces me puse a pensar en mi madre, en mi madre que lloraba en aquel momento a su hijo muerto, en mi madre para quien yo era toda la vida, y que no haba tenido ms que mis pensamientos secundarios. Todos los das de mi infancia volvieron a pasar ante mis ojos como un sueno. Vi que siempre que haba tenido una herida que curar, un dolor que apagar, fue siempre a mi madre a quien recurr. Quiz en el momento en que yo me preparaba para una noche de amor, ella se preparaba para una noche de insomnio, sola, silenciosa, junto a objetos que me recordaban a ella, o velando con mi solo recuerdo. Qu horrible pensamiento!; tena remordimientos; las lgrimas vinieron a mis ojos. Me levant. En el momento en que me miraba en el espejo, vi una sombra plida y blanca detrs de m, mirndome fijamente. Me volv, era mi hermosa amada. Afortunadamente mi corazn no lata, porque de emocin emocin habra terminado por romperse. Todo estaba silencioso, tanto fuera como dentro. Me atrajo a su lado, y pronto olvid todo. Fue una noche imposible de contar, con placeres desconocidos, con voluptuosidades tales que se acercan al sufrimiento. En mis sueos de amor no encontr nada parecido a aquella mujer que tena en mis brazos, ardiente como una Mesalina, casta como una madona, flexible como una tigresa, con besos que quemaban los labios, con palabras que quemaban el corazn. Haba en ella algo tan potentemente atractivo, que hubo momentos en que tuve miedo. Por fin la lmpara comenz a palidecer cuando el da despuntaba. Escucha me dijo aquella mujer, hay que marcharse; ya llega el da, no puedes quedarte aqu; pero por la tarde, a primera hora de la noche te espero, si? Por ltima vez sent sus labios sobre los mos, ella apret de modo convulso mis manos, y me march. Fuera segua la misma quietud. Caminaba como un loco, creyendo apenas en mi vida, sin pensar en ir a casa de mi madre o volver a la ma, tanto embriagaba mi corazn aquella mujer! Slo s de una cosa que se desea ms que una primera noche pasada junto a una amante: una segunda. La luz se haba levantado, triste, plida, fra. Camin al azar por el campo desierto y desolado, para esperar la noche. La noche lleg temprano. Corr a la casa del baile. En el momento en que franqueaba el umbral de la puerta, vi un viejo plido y achacoso que bajaba la escalinata. Dnde va el seor? me detuvo el portero. A casa de la seora de P... le dije. La seora de P... dijo l mirndome asombrado y sealndome al viejo, ese seor es quien vive en este palacete; ella muri hace dos meses. Lanc un grito y ca de espaldas. Y despus? pregunt yo, ansioso por saber ms. Despus? dijo l gozando de nuestra atencin y sopesando sus palabras, despus me despert, porque todo eso no era ms que un sueo. +;#$$[[mmpqGHh hh'+6OJQJ]^Jhh'+OJQJ^Jhh'+CJ$OJQJ^JaJ$hh'+CJ<OJQJ^JaJ<%+;U d  x G U & ],j? 7$8$H$gdh'+H? qDf7KE&0s]~ 7$8$H$gdh'+~,8 vG}@Y8W*^ *!!! 7$8$H$gdh'+!c""6###>$$$$;%%%U&&,'D''((((_))#*O**+t+ 7$8$H$gdh'+t++H,,,9-- .w.../v//E001:1i112&2a22223z33 7$8$H$gdh'+33f4}444^554666<778v88K999H::;v;;F<<=>== 7$8$H$gdh'+==3>>>e??@@d@@@@A~AAB6BBBB9CeCrCCCQDD)EmE 7$8$H$gdh'+mEEEEEF0FFG`GG)HHH]III;U,D _!!#"O""#t##H$$$9%% &w&&&'v''E(():)i))*&*a****+z+++f,},,,^--4...5553666e77@8d88889~99:6::::9;e;r;;;Q<<)=m=====>0>>?`??)@@@]AAAB;@UZ  !!#"+"""t#y###H$J$$$9%?%%%&&v''''E(M((())j)l)))b*d***z+++,f,j,,,^-e---4.7.....//0000K1M111H2S22233v3}333445(536866667e7l777@8C888~9999::9;;;;;Q<S<<<)=-=n=p===>>>>????@@@@]AbAAA?@ABCDEFGHIJKLMNOPQRSTUVWXYZ[\^_`abcdfghijklmnopqrstuvwxyz{|}~Root Entry F5BXData ]1TableeNWordDocument4SummaryInformation(DocumentSummaryInformation8CompObjr  F Documento Microsoft Office Word MSWordDocWord.Document.89q